Lo que el encierro nos trae
¿Alguna vez habías imaginado que dependías de alguien más para poder salir de tu casa?
De repente tu vida cambia.
Cambian tus horarios. Por lo general, mucha actividad de noche y tal vez, con algo de suerte, conciliar el sueño cuando el sol se asoma. Nos encontramos almorzando a las 3 de la tarde y tomando un mate cerca de las 20.
Cambian tus rutinas. El despertador deja de sonar, y ya no importa tener la ropa planchada lista para ir a trabajar. Bañarse deja de ser el momento de relajación luego de una jornada laboral y recordar que si ayer comimos hidratos hoy toca verduras, deja de ser opción.
Los días pasan como un continuum que nos obliga a mirar el calendario para asegurarnos qué día es. Las horas, por momentos vuelan y por momentos se convierten en minutos pesados e infinitos.
La tecnología, que tanto acerca, deja de ser suficiente. Necesitamos otro tipo de contacto y contención. Que nos abracen, que nos digan que todo se va a acomodar, que recuperaremos parte de esa libertad que tanto anhelamos.
Poder salir a la calle a hacer alguna compra se convierte en un paseo que constata, que, a pesar de todo, afuera el mundo continúa.
Y llegan las preguntas. ¿Estaré haciendo las cosas bien? ¿Sólo yo me estaré sintiendo de esta forma? Miedo, tristeza, angustia. Una extraña sensación ambivalente de amor y rechazo a esta nueva vida.
Lo que siente una mujer en el puerperio, es sólo una pequeñísima parte de lo que sentimos en cuarentena.
Visibilizar el puerperio es necesario.
Si estás cerca de una mujer que está atravesando su puerperio ofrecele ayuda. Preguntale qué necesita, no lo des por sentado. Decile que lo está haciendo bien.
Si estás en puerperio, no olvides que este es un proceso con comienzo y también final. El tiempo va amoldando hábitos y rutinas, y las cosas de a poco se acomodan. El momento de dormir, comer sentado y disfrutar al bebé llega. A veces un poco antes, otras veces un poco más tarde. Pero llega, siempre.