Hacer terapia durante la crianza: superar límites, encontrar un espacio de alivio, y construir vínculos más sanos con nuestros hijos
La gestación y el nacimiento de nuestros hijos conmociona y revive muchas de nuestras propias vivencias infantiles. Por eso, frente a algunas situaciones relacionadas a ellos, reaccionamos sabiendo qué nos motiva exactamente a tener determinadas conductas y sentimientos. Pero en otros momentos nos cuesta poner en palabras qué desencadena nuestra furia, inseguridad, angustia, o tristeza.
Muchos pacientes llegan al consultorio con una idea instalada sobre cuál es la forma ‘correcta’ o ‘incorrecta’ de vincularse con sus hijos a la hora de alimentarlos, hacerlos dormir, compartirlos con familiares, amigos y sus propias parejas.
“Mi mamá no me amamantó porque no tenía suficiente leche. Al parecer algo de eso heredé porque mi leche no llena a mi bebé y termina llorando siempre por hambre.”
“Si mi bebé no se duerme en mis brazos se despierta a cada rato, así que su descanso depende de que sea yo quien lo haga dormir.”
“Mi mamá y mi papá se separaron cuando yo era una bebé porque mi mamá se dedicó exclusivamente a mi cuidado. Yo no me voy a permitir repetir esa historia, por lo que a los 45 días de vida mi bebé va a ir a un maternal y yo voy a volver a trabajar.”
La terapia ayuda, entre otras cosas, a ponerle palabras a emociones que nos inquietan, nos molestan, nos sobrepasan. Si alguien creció escuchando, por ejemplo, que los bebés están a salvo sólo al cuidado de sus mamás, probablemente le cueste pensar que en los brazos de alguien más su hijo también pueda estar bien. Esto la lleva a sobreexigirse, no poder pedir ayuda y probablemente genere conflictos con sus vínculos más estrechos.
Cuando logramos trabajar en terapia sobre cada historia singular, podemos darle un sentido a las formas actuales de relacionarnos, hacer, y sentir. Y es a partir de ahí que podemos empezar a construir formas nuevas y propias de vincularnos, basadas en necesidades y sentimientos conscientes.
La terapia es un espacio exclusivo de escucha atenta, donde se acompañan los procesos particulares de cada maternidad y paternidad, sin juzgar. Justamente porque son procesos únicos, repletos de sensaciones contradictorias, de placer pero también de culpa y angustia, suele ser difícil compartir lo que nos pasa con personas cercanas, sin temor a sentirnos juzgados.
En este espacio de comunicación entre el paciente y el profesional, la terapia provee herramientas para la construcción de vínculos fuertes y seguros.
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