A maternar también se aprende
La confirmación del embarazo y el ingreso a la maternidad, aparecen como un tsunami de emociones que vienen a darnos vuelta el mundo prolijo y ordenado que veníamos sosteniendo. Una explosión hormonal nos lleva de la risa al llanto en segundos, nos hace pasear en mangas cortas en pleno invierno, e inclina la balanza a toda velocidad. Estos cambios tienen que ver con procesos biológicos y fisiológicos propios de la maternidad. No podemos huir de ellos. Vienen a confirmar que un proceso de cambio se puso en marcha: ya no estamos solas, ahora alguien más depende de nosotras.
Y aunque esta es una parte fundamental y necesaria en el proceso de la maternidad, no es la única ni mucho menos la más importante. Si nos enfocamos sólo en estos procesos, corremos el riesgo de perder de vista algo fundamental que hace verdaderamente único cada nacimiento: nuestra impronta personal y el vínculo particular que vamos generando con el bebé.
Hablemos claro. La maternidad implica indefectiblemente una crisis. Y cuando hablo de crisis no me refiero a algo negativo pero sí a una ruptura necesaria con la vida que veníamos sosteniendo antes del embarazo. Es tiempo de darle lugar a una nueva realidad que vamos a tener que sostener de ahora en más: la dupla mamá – bebé.
Una de las cuestiones más difíciles de sobrellevar cuando nace nuestro bebé, es el desgaste que produce tener que lidiar con las “fórmulas mágicas de la maternidad perfecta”. Opiniones ajenas, artículos en medios de comunicación, relatos, consejos, que dibujan una imagen muy precisa de cómo deberían ser las cosas. Como si maternar equivaliera a una receta de cocina, donde si se siguen los pasos y se consigue el resultado esperado, se triunfa, pero si algo ocurre en el medio y las cosas no salen como las muestra el libro, nos encontráramos ante un rotundo fracaso.
Pero no existe una fórmula única que garantice el éxito en el maternar. Y la razón es que cada mujer se va a vincular con su bebé de acuerdo a muchos factores: su propia historia como hija, sus primeros vínculos en la vida, su situación familiar, conyugal y social actual, la red que encuentre (o no) en su entorno para atravesar esta etapa, las características propias de su bebé, y el lugar que ocupa este hijo en la historia de su familia, entre otros.
Me parece importante hablar de esto para evitar caer en la falsa concepción del “instinto materno”, donde todas las mujeres venimos al mundo “programadas” para ser madres, y, por supuesto, ser las mejores. Desde esa visión no hay lugar para el deseo de no tener hijos, ni mucho menos para confesar un sentimiento ambivalente de amor – rechazo con nuestro bebé. Y esto pasa. Y es normal.
La historia de nuestros hijos se encuentra profundamente entrelazada con nuestra propia historia. Y es a partir de saber esto, que podemos entender los cambios emocionales (esperables) durante todo el proceso del maternaje.
Que logres disfrutar y emocionarte con tu bebé está bien. Y que muchas veces te sientas angustiada, triste y agotada también está bien. Es parte del proceso. No dejes de pedir ayuda cuando lo necesites. A maternar, también se aprende.
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